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Dejamos a Sydney atras

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El pelo se ha caido sí (maniatado y torturado hasta la extenuación a manos de una psicópata canadiense), sin embargo algo está cambiando en mi fisonomía. Con todos ustedes y después de haberse completado el alargamiento de nariz: Pinocho 2.0 (qué queréis que os diga, no puedo estar con la boca cerrada).

La estancia en Sydney ha sido un soplo de aire fresco para el Kiwi Jones que empezaba a necesitar encender la fogata dentro de la furgoneta. Solecito para el cuerpo y las ideas recargando las baterías para un nuevo amanecer en Nueva Zelanda. Estamos de vuelta y con más ganas que nunca de seguir dando guerra a las pobres ovejas (asustadizas a más no poder) en los innumerables tracks que quedan por recorrer.

Lo suyo sería que os enseñara la ciudad de Sydney, con sus monumentos históricos, jardines botánicos, museos o simplemente la urbe cosmopolita. Claro que si hiciera eso dejaría de ser Kiwi y me convertiría en un canguro saltarín (adorable eso sí) con las ideas poco claras. Los viajes son especiales por un lado por lo que ves y lo que aprendes de las diferentes culturas pero no serían lo mismo si esos lugares no te recuerdan a nadie con quien los hayas compartido. El japonés Tommy y su «cut it out», Lilly y su inseparable sonrisa surcoreana y por supuesto las 3 mosqueteras canadienses con las que compartí mis 6 noches. Best wishes for all of you!

La capital australiana está engalanada por el 200 aniversario de dos visionarios: El gobernador Lachlan Macquarie y su esposa Elizabeth. La descripción de la belleza puede ser confusa en ocasiones, dudas que se disipan al unísono cuando algo o alguien dilata nuestras pupilas al entablar contacto directo por primera vez. El llamado flechazo no entiende de idiomas, cultura ni oscuridad. Es atemporal e inquebrantable, capaz de petrificar a quien ose contemplarla obsequiando su misma medicina a la todopoderosa Medusa.

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