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Cape Reinga Lighthouse – El santuario de Northland

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Se suponía que no debía hablaros de Cape Reinga hasta el final de mi viaje, una vez hubiera acabado con todas mis historias. Debía ser así por la simple razón de que como cualquier gran maestro, hay que dejar las buenas cartas para el final, guardando un as bajo la manga. Sin embargo, viendo que una gran amiga lo está pasando mal, debo trasladarla nuevamente a un punto en el que la veía feliz. Aunque físicamente no pueda llevarla hasta allí, estoy seguro de que con sólo cerrar los ojos será capaz de sentir la brisa acariciar sus prominentes mejillas.

Faltaban menos de 48 horas para decirnos adiós por cuarta vez y lejos de entristecernos, disfrutábamos del tiempo que nos quedaba; a pesar de saber perfectamente que era la última vez que veríamos la sonrisa del otro hasta que el futuro depare una nueva oportunidad. Así es como deberíamos actuar siempre. Olvidar el mañana para aprovechar el presente como se merece. Más adelante tendríamos todo el tiempo del mundo para estar tristes, lo que no podíamos hacer era permitirnos el lujo de no sentirnos afortunados por compartir la experiencia. Allá, en la zona más bondadosa de todo el país.

Estábamos en la región de Northern, en el finisterre de la isla norte de Nueva Zelanda. La calma era total. Para llegar allí había dos opciones: seguir la playa,  la 90 Mile Beach, reconvertida en autopista sobre arena sin peaje o adentrarnos sigilosamente en el paraíso desde la carretera 1f. Optamos por la segunda alternativa, dejando virgen de emisiones nocivas lo que al mar le pertenece: la playa.

Cantábamos y reíamos con la música de Flight of the Conchords. Disfrutábamos con los ritmos jamaicanos de los neozelandeses 1814 (leáse eighteen fourteen, pronúnciese eitin fortin). Detuvimos la furgoneta en el parking y nos apeamos de un salto extendiendo los brazos para atrapar la corriente de aire que nos hiciera volar. Algo diferente había en el ambiente. Especial. Estábamos en el santuario de la naturaleza, el eslabón perdido que los dioses del mar, la tierra y el aire protegieron desde sus inicios.

Dunas gigantes de Te Paki

A nuestra llegada, cruzamos un túnel cuyos orificios estaban diseñados para, con el contacto del aire, ofrecer una armonía mística que nos daba la bienvenida. El entorno nos había elegido y se prestaba a tocarnos con su barita mágica. La vegetación era de un verde intenso difícil de explicar. Abrupta, salvaje, casta. Era época de lluvias torrenciales en una zona de clima subtropical, en un mes de invierno, el de Agosto, cuya temperatura nos respetaba. Hiperión nos aguardaba con su último aliento, agasajándonos con unos rayos de sol que nos aportaban calidez.

No importaba que la barba ganara terreno a mi rostro. El paisaje se bastaba él solito para hacerme más alto, más fuerte, más guapo. Incluso los dos hombres más duros del planeta, M.A. Barracus y Chuck Norris, sellaban su amor con un profundo beso ante mi supremacía sobre ellos. En aquel instante me sentía el rey del mundo, con su mayor tesoro, la amistad, aguardando un sincero abrazo para rubricar un momento que detuvimos para la eternidad en nuestras retinas.

Vegetación en Cape Reinga, Nueva Zelanda

Aquel día los pájaros descansaban en sus labores musicales. El horizonte se acogía a la soledad del mar azul en compañía de las olas formadas por las blancas nubes con figura de nebulosas. Nada escapaba al azar, todo estaba trenzado y estudiado para satisfacer nuestro cuerpo y mente. Se crea o no en la energía, en la proveniente de los espectros, la naturaleza o el más allá, lo cierto es que Cape Reinga desata un estallido de autoestima mayor al acontecido en Hiroshima y Nagasaki juntos. Escapa a nuestro conocimiento, a nuestras creencias y a nuestra percepción científica. No obstante, es palpable y es real.

El sereno oleaje hacía que pasaran desapercibidos los minutos. No había rastro de ellos y probablemente tampoco lo hubiera habido de las horas ni de los días de haber podido permanecer allí sentados. Regocijados en nuestra suerte, captamos fotografías con nuestra memoria para revelarlas el día que hiciera falta encontrar un antídoto para nuestra debilidad. Ese día es hoy y puede que mañana también. Lo mejor de todo es que los recursos de los recuerdos nunca se agotan mientras quede viva la llama de nuestra imaginación que nos transporte hasta ese lugar. Hasta esa persona.

Su faro ilumina a las desorientadas sirenas en el mar para mostrarles el camino a casa. Hasta vislumbrar esa luz por mí mismo, podría decir que era un cíclope de mirada difuminada. Mi único ojo no daba abasto para ver más allá y se conformaba con centrarse en lo superficial. Puede que no aprendamos de nuestros propios errores pero si algo he aprendido con mi viaje, es a salir en auxilio de las personas que de verdad te importan: extendiendo la mano para evitar que se caigan por el precipicio.

Te tiendo mi mano, amiga. No dejaré que olvides que un día fuiste feliz.

Paisaje del faro de Cape Reinga

 

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9 Comentarios

  1. hola! estoy intentado encontrar en Internet el significado de »ser kiwi». Es una etnia o raza de Nueva Zelanda? O una manera coloquial de llamar a los neozelandeses? espero que me puedas ayudar y que todo vaya genial! disculpa mi ignoracia. Gracias!!

  2. Hola, Paula.

    Así como a los australianos se les conoce como «aussies», a los neozelandeseses se les conoce coloquialmente como «kiwis». Tiene doble significado, ya que por un lado tenemos la fruta del kiwi, que se cultiva y exporta en grandes cantidades, así como el ave autóctona, que es el santo y seña del país junto con los helechos.

    Espero haberte aclarado la duda. Un saludo y gracias por seguir el blog 😉

  3. No se de que manera me pude transportar desde Venezuela hasta este lugar con solo un video en un instante..pero asi ha sido!! estaba indecisa de que lugares visitar en mi viaje a NZ a finales de octubre con mi familia pero ya se que este debo agregarlo en la lista!! mil gracias!

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