Recorridos de Monte en Akaroa
El pueblo de Akaroa, situado en la isla Sur de Nueva Zelanda y muy cercano a Christchurch, tiene su encanto pero lo verdaderamente atractivo son sus recorridos a pie. Existen numerosos lugares para andar y en este caso, el escogido por mí ha sido el de Woodils road, de lo cual no me arrepiento en absoluto. Lo primero de todo es rellenar la mochila de todo lo que vayamos a necesitar. En esto incluimos un par de sandwiches, un par de piezas de fruta y agua, a lo que añadiremos la tan socorrida pero útil toalla extra-absorbente y un chubasquero. Aquí el tiempo cambia cada poco y aunque no veamos ninguna nube es preferible guardarse las espaldas.
La travesía puede alargarse durante varias horas puesto que a mitad de camino se pueden coger otros senderos para hacerlo más corto. El mío en concreto, el round mountain, esta estimado en 5 horas y aunque se puede hacer en menos las paradas nos hacen atrasarnos.
Los contrastes son muy variados a lo largo del camino y podemos pasar de campos de hierba seca a arboledas desnudas para después atravesar un pequeño bosque y acabar viendo rocas a lo lejos. Es difícil explicar con palabras e incluso parando el tiempo en fotogramas es imposible describir su verdadera esencia. El comienzo del trayecto es lo más complicado, cuestas empinadas que nos harán perder el aliento pese a ir a un ritmo asequible. No obstante, después de la primera media hora larga de ascensión empezamos a ver los frutos en forma de paisajes idílicos.
El viaje depara muchas sorpresas así como comodidades. Una vez sobrepasado el gran repecho y viendo caer las gotas de sudor sin poder impedirlo, encontramos la salvación en forma de refugio. Poco más arriba, a escasos 100 metros, tendremos la protección de un tótem de madera esculpido con mesas a su alrededor, para disfrutar del paisaje así como de la primera pieza de fruta. Aquí es donde entra en juego la toalla porque de haber días soleados nos puede servir para quitarnos todo el sudor mientras dejamos descansar la camiseta un rato.
Dejando de lado el primer descanso, vemos cómo hemos subido prácticamente la colina entera donde nos ofrece su otra cara. Una visión difícil de traducir en la que las nubes amenazantes devoran lo que haya a su paso. Un nuevo rostro que quiere ser observado con buenos ojos ante la mirada del montañero.
A los pocos minutos acaba el camino de tierra y haremos una incursión de unos 2 km por carretera, la cual todo hay que decirlo, se vuelve de nuevo muy empinada poniendo en tensión nuestros gemelos al andar. Es el momento en el que rodeamos la colina abrazándola con delicadeza. El caso es que las bajas nubes sobrevuelan nuestras cabezas y es cuando se distingue entre la niebla un centro de meditación cristiano. Más allá de las religiones, más allá de las creencias de cada uno, no hay por qué engañar a nadie. El lugar donde está ubicado es simplemente extraordinario y cada uno podrá volcar su fé a cualquiera, incluso a la montaña misma.
El tiempo va pasando hasta alcanzar la segunda parada. Unas rocas situadas en aparente armonía, las cuales sirven primero de mesa improvisada y después como momento para sentirse a uno mismo. Alcanzar ese estado en el que vernos de adentro hacia afuera y viceversa. Pensamientos positivos a los que agarrarnos sin encontrar maldad en ninguno de ellos pues nos es imposible sentirnos mal en esos parajes.
Al retomar el sendero alcanzamos Purple peak y es donde nos damos cuenta lo felices que se sienten los animales allí. Todo el tiempo hemos sido testigos de cómo los pájaros carpinteros golpeaban los troncos de los árboles, cómo revoloteaban los pájaros enfrente nuestra y cómo las ovejas pastan o se tumban a la sombra en la hierba. La naturaleza uniendo sus componentes sin que nosotros alteremos la situación, adquiriendo el respeto necesario para pisar tan mileranio monte.
Lo bueno de Nueva Zelanda, aparte de la obviedad de su paisaje, reside en sus gentes como en otras entradas he mencionado. Incluso basta despistarse un poco para acabar dentro de una casa de verano charlando con su dueña, una mujer de Christchurch, que trabaja en un banco y gentílmente nos ofrece un vaso de agua fresca. Son las curiosidades lo que hacen especial el viaje y son esos pequeños detalles que hay que aprovechar al máximo.
A partir de ahí retomamos el vuelo para empezar poco a poco a bajar un desnível de más de 600 metros. Pero antes, oh mi querido lector, antes se debe uno sentar para que la mirada haga descansar al cuerpo entero con lo que tenemos delante.
En Cómo ser un kiwi | Akaroa, pueblo y alrededores para perderse
Wow, so nice! I don´t know you xabier but I believe that you are a great adventurous. I´m charmed with your blog and this experience!
I’m so jealous!Good luck!
I don’t know if u understand spanish, anyway, i’m glad u enjoy with my journey. I think u all should do this just once at life.
See u!
Xabitxu, que contento se te ve en las fotos, que envidia. Disfruta mucho de todo lo que estas descubriendo y sigue colgando fotos tan chulas como hasta ahora. Como te mola ponerte sentado de espaldas a la camara e?
disfruta un monton y desde Pamplona seguiremos compartiendo el viaje contigo.
Un besazo muy fuerte de la cuñi.